jueves, 21 de febrero de 2013

Comentario "¿Es conveniente engañar al pueblo?", de Nicolas de Condorcet







Breve biografía de Nicolas de Condorcet:

Marie-Jean-Antoine-Nicolas Caritat Condorcet, marqués de Condorcet, nació el 17 de septiembre de 1743 en Ribemont, Francia, en una familia aristocrática. Huérfano de padre al poco de nacer, su mare le asignó a los ocho años un preceptor jesuita y a los once lo ingresó en el Collège des Jésuites de Reims. Estas experiencias infantiles pudieron incubar, por reacción, su anticlericalismo posterior y su ateísmo militante. En el Collège de Navarre de París mostró tempranas dotes matemáticas, y gracias a su profesor y después protector D’Alembert trabó en la capital francesa un estrecho contacto con los intelectuales de la Ilustración, contribuyendo a la redacción de la Enciclopedia. 

El interés de Condorcet por los problemas sociales y políticos se fue incrementando a finales del siglo xviii, cuando promovió y luego participó activamente en la Revolución Francesa. Republicano de tendencias moderadas, se opuso a la pena de muerte decretada contra Luis xvi y defendió a los diputados girondinos caídos en desgracia. Su postura independiente quedó de nuevo manifiesta al criticar la propuesta de Constitución del jacobino Hérault, lo que le valió la condena a muerte de la Asamblea por traición. Huido de la justicia, escribe su obra más conocida, el Esquisse d’un tableau historique des progrès de l’esprit humain, en la que traza el recorrido de la historia pasada, presente y futura como un progreso hacia las luces de la razón, la igualdad y la libertad gracias a los efectos de una instrucción cada vez más extendida.

Descubierto en un mesón donde sospecharon de su disfraz de campesino, Condorcet fue detenido y encarcelado, y dos días después, el 29 de marzo de 1794, lo encontraron muerto en su celda, seguramente por suicidio, junto al libro de Horacio que le había acompañado en su huida.


Breve sinopsis de ¿Es conveniente engañar al pueblo?:

En 1778, el monarca prusiano Federico II auspició un concurso de disertaciones filosóficas sobre si era útil para el pueblo ser engañado, bien induciéndole a nuevos errores o bien manteniéndolo en los que ya estaba. Condorcet escribió su disertación para este concurso, si bien no llegó finalmente a presentarla. La cuestión sobre si el gobernante debe o no mentir al pueblo ya era objeto de debate y reflexión en el siglo xviii, como muestra el poema epigramático de Goethe “Mentira o engaño”, en que el autor francofortino manifiesta su talante más cortesano dejando entrever que tal acción era un mal menor o, quizá, necesario: «¿Debe engañarse al pueblo? / Desde luego que no. / Mas si le echas mentiras, / mientras más gordas fueren / resultarán mejor».




              Comentario:

El Príncipe, de Nicolás Maquiavelo, es el origen de esta obra. El envío de sus tesis al monarca prusiano Federico II provocó que este se escandalizara y, aconsejado por D’Alembert, convocó un concurso de disertaciones filosóficas en 1778 sobre si era útil para el pueblo ser engañado, tanto si esto se producía al inducirles nuevos errores como si se daba manteniendo los que ya estaban. Nicolas de Condorcet redactó su disertación, pero finalmente no la envió; no obstante, el filósofo alemán la recogió tiempo después en su antología de originales presentados al concurso por el renombre de su autor y, por supuesto, por el propio contenido del texto. Así ha llegado hasta nuestros días.

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La obra ¿Es conveniente engañar al pueblo?, de Nicolas de Condorcet, está dividida en dos partes, y, a su vez, en diferentes epígrafes cada una de ellas. A continuación, presentamos de forma esquematizada dichos epígrafes, para facilitar la comprensión del libro.

Primera Parte: 

  1. ¿Son útiles para el pueblo los nuevos errores?
  2. Una vez que la razón ha establecido verdades destinadas a servir de regla moral a nuestras acciones, ¿es útil para el pueblo apoyar estas verdades con errores, so pretexto de que es más fácil hacerle adoptar un error absurdo que hacerle entender las pruebas de una verdad?
  3. ¿Es, al menos, útil inspirar errores a los pueblos únicamente con vistas a extraer de ellos motivos sensibles y a su alcance para conformar su conducta a las reglas de la moral?
  4. Si el error es, en general, siempre perjudicial, ¿no habrá al menos algunos objetos acerca de los cuales sea, pro así decirlo, necesario, bien por cuanto a razón es por sí sola insuficiente, bien porque la verdad no esté al alcance de todos los hombres? ¿No será necesario el error para cierta clase de hombres?
 
Segunda Parte: 

  1. Si consideramos a los hombres entregados a sus errores, ¿podría ser útil dejarles así, destruir una parte de los errores para dejar subsistir el resto o cambiar un error mediante otros menos perjudiciales?
  2. Si los errores no son de utilidad general, ¿podrían ser de utilidad momentánea para un pueblo en particular?
  3. ¿Hay algún inconveniente en decirle la verdad al pueblo? ¿Qué medios es útil y lícito usar para atacar los errores populares?
  4. ¿Acaso no hay verdades que se harán perjudiciales para el pueblo porque éste las entendería e instruirían a quienes quieren proporcionarles los medios que quieren ilustrarse?

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El autor esboza la primera cuestión de manera general, es decir, desde un punto de vista objetivo. Así pues, se plantea una dificultad: al tener cada hombre opiniones diferentes en cuanto a moral y política, pueden dos tener la creencia de que es útil decir la vedad al pueblo, pero luego, a la hora de la verdad, esas dos verdades pueden ser totalmente distintas. 

Aquí se plantea el concepto de utilidad general: si una persona quiere leyes que amparen sus intereses personales, quiere una ley de utilidad individual, la masa que representa con fuerza la utilidad general se opondrá, siempre y cuando tenga conciencia de sus propios derechos. 

Condorcet se pregunta si una sociedad debe saber toda la verdad moral y política, aun cuando alguna de esas verdades le sea perjudicial. De esto deduce que el decir medias verdades, que provocan errores, solo llevará a crear falsas conclusiones. “Nunca es la verdad lo que es perjudicial, y aun la verdad unida a los errores hacemos mal y mayor bien que lo que hayan podido hacer por sí solos los errores”. 

La recomendación de Condorcet es que todo hombre debe saber la verdad sobre su sociedad, sea cual se esta. 

En el segundo punto de la tesis se presentan inicialmente dos incongruencias: la primera, que cuando un hombre se cuestiona la veracidad de las opiniones (erróneas) y descubriese su falsedad, también se cuestionaría las verdades con esa misma base; y en segundo lugar, es imposible que los encargados de mantener esas falsedades en el pueblo no las aprovechen para establecer errores peligrosos. 

En el tercer epígrafe, concluye que un hombre que se guíe por una moral falsa convencido de que es verdadera, será expuesto a carecer de moral cuando descubra la falsedad con que ha estado comportándose hasta el momento, cuando descubra que esa verdad en realidad era un error. 

En el cuarto punto, el último de esta primera parte, el autor se remonta a la educación de los niños, afirmando que si no se les educa desde pequeños bien, se les priva de conocimientos útiles a la vez que necesarios. Así, la base de su moral será errónea, y se aferrarán a la larga con muy poco ímpetu a ella. 

En la segunda parte de la tesis de Condorcet, en el quinto epígrafe de su obra, explica la cuestión con dos ejemplos religiosos: por un lado, los inventores de falsas religiones, y, por otro, los reformadores de las religiones ya existentes. De los primeros dice que sus máximas son falsas, capaces de convertir en inútiles a los hombres. De los segundos, por otro lado, opina que, al menos, parecen tener como objetivo disminuir el número de errores y su carácter absurdo, si bien guiándose por una religión que ya existe y ya ha inducido a error al pueblo, intenta cambiar puntos de esa religión con ese objetivo. 

En el sexto punto el autor se centra en el patriotismo que los Estados han inculcado a sus pueblos. Así pues, opina que ese amor a la patria, a veces confundido con el amor propio y por los intereses propios de una nación, unido con los errores que conlleva y con el odio a otros pueblos, no hace más que promover guerras. Con lo cual, la utilidad de indicar a error a un pueblo en concreto es más que nula, nefasta. 

En el penúltimo epígrafe de la obra, Condorcet llega a la conclusión de que toda verdad es beneficiosa y útil para el pueblo. Dice, asimismo, que lo que temen los políticos y las clases religiosas que les lleva inducir errores al pueblo, no es al pueblo en sí, sino esa transición entre el error y la verdad. 

Concluye el autor que, entre los errores funestos para la humanidad, pocos son útiles, aun cuando el pueblo no tenga conocimientos o un pensamiento ilustrado para poder asumir las verdades, para no temer a estas, para verlas como algo útil por muy nefastas que sean.

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Tomando las deducciones del ilustrado Nicolas de Condorcet, podemos destacar dos aspectos de vital relevancia: por un lado, que la verdad siempre será más útil que cualquier mentira o error, por muy mala que sea esa verdad; y, por otro lado, que la cuestión podría radicar en la educación que reciban las gentes de un pueblo. 

Así bien, teniendo en consideración sus reflexiones de, en primera instancia, la educación que reciben los niños, vemos claros ejemplos en nuestra sociedad y nuestra cultura de que desde los primeros años de vida se miente a los niños: pasando por leyendas absurdas como “El hombre del Saco” para aterrorizar a los críos si se portan mal; premiarlos con regalos si se les cae un diente con el “Ratoncito Pérez”, hasta llegar a instarles que se comporten bien durante todo el año para que “Papá Noel” o “Los Reyes Magos” les traigan regalos a fin y principio de año. 

Pueden parecer tradiciones entrañables, pero es innegable que la educación primera de los niños en el ámbito doméstico está guiada con mentiras para obtener de ellos el comportamiento que queremos que tengan. Pero no acaba ahí el problema, desde luego: al enterarse a una temprana edad de la verdad de esas mentiras, de su error, y por la tradición social, cuando esos niños sean adultos y tengan hijos, los educarán en las mismas mentiras “entrañables”. 

¿Cómo educar a una persona que por la sociedad en la que vive se le premia por un buen comportamiento motivado por razones falsas socialmente aceptadas? 

La cuestión sería fácil de responder s la cosa acabase ahí, pero la realidad es otra: aun cuando esas mentiras ocupan un período muy temprano en la vida de las personas, cuando los niños van creciendo no se les educa objetivamente en cuestiones tan importantes para la vida individual y en sociedad como lo son la política o la religión. De la primera pueden empezar a ser educados, instruidos, en la Universidad, en algunos casos; de la segunda, posiblemente nunca. 

No se educa a las personas a ser partícipes activos en la política. Saben que a los dieciocho años tendrán el derecho de votar; por sus propias ideologías o las que les han inculcado sus familias, pueden saber a qué partido van a votar o no. 

Pero desde luego, también es innegable que al cumplir los dieciocho años, los organismos educativos del Estado no han educado a las personas para mentalizarlos del poder de su voto, para concienciarlos del juego político que es, a fin de cuentas, lo que rige nuestra sociedad. 

Ahí es donde, en mi opinión, radica el problema: los españoles empiezan a conocer su Constitución, sus derechos y sus obligaciones en la Universidad, y dentro de esta, en los grados en los que es necesario conocerla, no en todas. 

Esta reflexión refleja muy bien la realidad social de España: la gente se mueve entre dos ideologías políticas tradicionales casi ciegamente, sin una educación previa objetiva, sin conocimiento de causa en muchos casos. La educación, tal y como está planteada, crea a personas susceptibles de ser engañadas o de creerse cuantos errores les pongan por delante, y cuando esa burbuja llena de mentiras estalla, pasa lo que pasa: la desafección política crece a marchas forzadas, nadie se cree nada, ni si quiere lo que siempre han sido verdades. La sociedad entra en una crisis interna, ideológica y de valoras, mucho más peligrosa que las crisis económicas. 

Así pues, la conclusión obvia es que no basta con decir la verdad para arreglar el problema. La cuestión radica en educar a las personas lo antes posible, desde los organismos educativos estatales, a tener un pensamiento crítico y a ser personas con conciencia política para saber dónde empieza una mentira y dónde acaba una verdad.
 


 
MJ


Nota:
Biografía, sinopsis y citas extraídas de: Swift, John: “El arte de la mentira política”. Diario Público, 2010.




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